Quizás debido a un exceso de libros y películas de ciencia ficción en mi vida, pero hay una imagen que últimamente me viene a la cabeza cuando escucho hablar de salir a toda costa de la zona de confort. Es una escena de la película “El Incidente” del director hindú M. Night Shyamalan, en la que un gran número de personas comienza a arrojarse desde las cornisas de los edificios sin motivo aparente, en lo que no es ni siquiera un salto, simplemente continúan caminando hasta caer al vacío. Es una escena tremendamente inquietante, ya que ninguna de ellas muestra emoción alguna que explique su comportamiento suicida.
Sé que no es comparable, salir de golpe de la zona de confort no se asemeja a arrojarse desde una cornisa y estrellarse contra el suelo… ¿o sí? En realidad, obviando el fatal desenlace en el caso del salto de la cornisa, el símil puede tener sentido: el hecho de “estrellarte” cuando haces algo sin un sentido, que no es fruto de una decisión propia y meditada.
No te asustes, es que me encantan las metáforas visuales.
No es un concepto nuevo, sólo está de moda
Aunque pueda parecerlo,
el concepto de zona de confort no es en absoluto nuevo, sino que proviene de un experimento sobre la formación de hábitos llevado a cabo con ratones por los psicólogos Robert M. Yerkes y John D. Dodson en 1908. Como resultado de dicho experimento formularon la ley que lleva su nombre y que define la relación que se establece entre el estrés y el rendimiento. Según sus conclusiones, la relación entre ambos, reflejada en una gráfica, tomaría la forma de U invertida, de manera que un nivel demasiado elevado o demasiado bajo de estrés/activación serían negativos para el rendimiento, en el primer caso por aburrimiento y desmotivación y en el segundo por sobrecarga e incluso bloqueo. En cambio, un nivel medio de estrés conseguiría mejorar el rendimiento.
Sin subestimar lo interesante e incluso aplicable en determinados ámbitos (con matices) de las conclusiones del experimento, no olvidemos que estamos hablando de ratones y de principios del siglo XX. Con esto quiero decir que hay que tomarlos con cautela, no podemos extrapolar con ligereza estos resultados a los seres humanos, y sobre todo, no podemos convertirlos en una guía de cómo deberían actuar en sus vidas.
Actualmente, cuando se habla de
zona de confort
se suele hacer referencia a
un lugar psicológico y emocional en el que sentimos seguridad y tranquilidad porque de alguna forma tenemos cierto control sobre lo que ocurre dentro.
En la zona de confort no tenemos miedo (o al menos lo gestionamos bien). La zona de confort incluiría nuestras rutinas diarias, nuestras costumbres sociales, nuestro trabajo, nuestras creencias, nuestros hábitos o nuestras estrategias para afrontar la vida y lo que conlleva. En la zona de confort sabemos cómo ocurren las cosas, lo que disminuye la incertidumbre que tan mal gestionamos los seres humanos. Muy a grosso modo, podríamos decir que es el entorno y el modus operandi que hemos desarrollado para nuestra vida.
Cumple una función
Hasta aquí todo bien, ¿verdad? Entonces, ¿por qué quieren echarnos a patadas de nuestra zona de confort? Pues supuestamente el problema residiría en que permanecer en ella significa tomar una actitud pasiva ante la vida, no asumir riesgos y por tanto no obtener las posibles recompensas que ello conlleva, y en definitiva terminar por llevar una vida monótona y sin posibilidades de crecimiento.
Para empezar, aclarar que el concepto es un constructo psicológico, y como todo constructo somos las personas las que lo hemos llenado de contenido y dotado de significado. Para mí el problema empieza en asimilar que la rutina y la comodidad son algo negativo e indeseable de lo que hay que huir cuanto antes. La rutina, como la mayoría de las cosas en la vida, no es algo necesariamente malo; no es ni malo ni bueno per se, todo dependerá de lo deseable que sea para cada persona en concreto esa rutina, de si la hace feliz, de si incluye las cosas que considera importantes, del momento concreto de su vida, etc.
En segundo lugar, no sólo no es negativo, sino que es necesario para el adecuado funcionamiento psicológico del ser humano el establecer estrategias que le ayuden a sentir que tiene cierta capacidad de predicción e incluso control sobre al menos algunos ámbitos de su existencia. ¿Imaginas vivir en un mundo en el que absolutamente todo es impredecible e incontrolable? Yo no puedo imaginarlo siquiera. Por tanto, el crearnos un espacio que nos proporciona esa capacidad no sólo no será algo negativo sino que será necesario para nuestra adaptación.
¿En qué momento sentir tranquilidad y seguridad se convirtió en algo malo?
Por último, la zona de confort planteada como algo no deseable, nos presenta un modelo de la felicidad único: la existencia humana sólo tiene sentido si continuamente se asumen riesgos y se huye de la rutina y la estabilidad, en una búsqueda constante del éxito a todos los niveles. Cualquier estilo o modo de vida que no encaje aquí es malo y hay que cambiarlo. Visto así… ¡menudo estrés!.
Como yo lo veo, la vida es demasiado corta (da igual los años que duremos, en general nos parecerán pocos) para pasarla incómodas/os y en un constante esfuerzo o incluso sacrificio por alcanzar determinados objetivos que igual no provienen de una auténtica reflexión personal e íntima sobre lo que queremos o necesitamos.
Piensa que la zona de confort no es algo que aparezca de golpe, sino que hemos ido construyendo poco a poco, probando, en modo ensayo error, seleccionado aquello que nos hacen sentir bien y nos funcionan, y dejando fuera lo que no. Lo que hay dentro de la zona de confort no está ahí al azar, es producto de haber escogido lo que me viene bien.
Zona de confort vs zona de bloqueo
Personalmente prefiero usar el término zona de bloqueo, que sí sería más apropiado para referirse a un lugar mental y emocional en el que, aunque somos capaces de permanecer largo tiempo, en ningún caso será porque nos resulte confortable (nos resulta conocido, familiar, que no es lo mismo). Muy al contrario, es un lugar del que nos gustaría salir, sólo que nos vemos paralizad@s a la hora de hacerlo, ya sea por miedo o por la falta de las herramientas y habilidades necesarias para mover ficha y llegar a donde queremos realmente.
En este caso sí se hace necesaria una reflexión personal sobre lo que realmente deseo, lo que necesito, lo que me hace feliz. No es fácil, mirar hacia dentro siempre da un poco de vértigo y a veces haces hallazgos que no te gustan nada de nada, como que cualquier parecido entre la vida que llevas y la que te gustaría llevar es mera coincidencia. Pero, siento decírtelo, es la única forma de averiguarlo.
Puedes hacerte una serie de preguntas, pero antes de ello, es imprescindible que te quedes a solas contigo. A solas físicamente a ser posible, pero sobre todo, a solas en tu cabeza y en tu corazón, ¡fuera intrus@s!. Es imprescindible que de verdad seas tú y sólo tú la persona que responda, no dejes que te contaminen las creencias, ideas y expectativas ajenas (por más que vengan de personas que te conocen y te quieren). Pregúntate esto:
- ¿Hay cosas que me gustaría alcanzar que se hallan fuera de mi zona de confort?
- ¿Tengo los recursos y la energía necesaria para alcanzarlas?
- ¿Sé cómo conseguirlas, es decir tengo un plan?
- ¿Lo que me frena es el miedo? Si la respuesta es sí ¿qué es lo que me da miedo realmente?
- ¿Cómo gestionaré el no alcanzar mi objetivo?
Si eres honesta/o contigo mismo al responder, probablemente sabrás distinguir cuando lo que te hace permanecer es la satisfacción con la vida que llevas y cuando es el miedo al cambio, al avance o al posible fracaso. Si te resulta difícil discernirlo, siempre podrás buscar la ayuda de un/a profesional de la salud mental.
Incluso si el resultado de esta reflexión personal es que, efectivamente, tu zona de confort se empieza a quedar pequeña, no tienes por qué dar un salto mortal con triple tirabuzón para salir de ella a toda velocidad y cuanto más lejos mejor. Tómate tu tiempo para prepararte y para planificar lo que quieres hacer y plantéate la siguiente opción, a mi parecer interesante: ¿y qué tal si en lugar de salir la amplías? Es decir, igual no todo tienes que desecharlo, puede que haya cosas que te sigan viniendo bien, y la idea sería incluir lo nuevo que vayas consiguiendo. Vamos, que tu zona de confort sea el campamento base desde el que explorar y alcanzar nuevos territorios.
¡Oiga, sin empujar!
Si quieres que de tus decisiones sobre lo que hacer con tu vida sean realmente tuyas, te recomiendo hacer oídos sordos a mensajes como “la vida comienza donde termina tu zona de confort” (resulta que hasta ahora era una simulación por ordenador) o “fuera de la zona de confort es donde comienza la magia” (sin comentarios), que tanto circulan por las redes sociales y que te lanzan en charlas de dos horas con una falta de responsabilidad tremenda, al menos bajo mi punto de vista.
Tal y como yo lo veo, dar una charla arengando a personas a las que no conoces absolutamente de nada, dinamizarlas y darles 3 “truquillos” o ideas (los mismos para todo el mundo…) y luego una patada en el culo en plan “¡venga! a cumplir tus sueños, que yo no tengo ni puta idea de cuáles son, ¡pero tú dale!”, no es una buena fórmula. No se tiene en cuenta la individualidad y las circunstancias de cada persona. ¿Qué sabes tú de esa persona? ¿Qué sabes de lo que realmente necesita? ¿Qué sabes de sus sueños, sus miedos, sus anhelos? ¿Qué sabes de sus recursos, de sus capacidades, de sus limitaciones (porque sí, señores, todas y todos las tenemos)?
No está bien empujar a una piscina a alguien que no sabe nadar. Primero habrá que preguntarle si quiere bañarse, y en caso de que así sea enseñarle a nadar, ¿no? Así que, salir de la zona de confort o ampliarla: sí, claro, si es lo que de verdad deseas, pero nunca a empujones. La felicidad y el éxito son subjetivos y significan cosas distintas para cada persona.
Por lo que ten siempre esto presente:
lo importante es que tu existencia tenga significado para ti. Que tu vida tenga sentido para ti. Sólo para ti. Para nadie más.