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Terapia de parejas sí y ¿terapias de amigas no?

Myriam Perea Granado • 4 de junio de 2023
Hace algunos meses @juliadidri a través de su perfil de Instagram lanzaba una reflexión maravillosa. Siempre es un placer oírla puesto que trata con gran facilidad y cercanía temas complejos y profundos en un reel de segundos. En este caso, la reflexión era acerca de las relaciones que construimos y la diferencia entre unas y otras según si son de pareja o de amistad. De su reflexión nace la mía que traigo a este post. 

Las dinámicas que componemos con las amistades y las parejas -sean estas heterosexuales u homosexuales- están muy diferenciadas por la socialización que hemos recibido: sobre lo que está permitido y lo que no en relaciones de uno u otro tipo; sobre lo que podemos esperar de una u otra e incluso de los esfuerzos que hacer para mantenerlas.

Por ejemplificar algunas de las diferencias @juliadidri señalaba que cuando mandamos un mensaje a una amiga somos más pacientes y exigimos menos inmediatez que a la pareja. O si tu amiga hace nuevas amistades con otra persona te alegras por ella mientras que si lo hace tu pareja sientes peligrar su interés hacia ti, su disponibilidad hacia ti, etc. Por otra parte con la pareja se suele tener mayor consideración en otros aspectos, como llevarla de acompañante a eventos en los que se te invita, celebrar fechas señaladas de manera especial y en general se les dedica mucho más tiempo y atención. 

Lo ideal sería desdibujar esta línea que separa, y a veces contrapone, lo que entendemos por pareja y por amistad. Así podríamos coger lo mejor de cada interacción y reproducirla con todos nuestros vínculos. La flexibilidad con la que nos manejamos con las amistades también caracterizaría a nuestra relación de pareja; y el compromiso y dedicación que reservamos a la pareja supondrían una nueva forma de entender la amistad con más profundidad y mejores cuidados. 
En definitiva, “no habría dinámicas cualitativamente diferentes, no habría tiempos, actitudes, lógicas reservadas a la pareja y otras a las amigas. La intimidad, la centralidad, la cotidianidad, el proyecto común, también serían con/de/para las amigas” . Pero esto no es tan fácil, ya que la sociedad pone el eje central en la pareja y esto supone una gran dificultad en el intento de democratizar los afectos.

Actualmente, siguiendo con esta reciente línea discursiva, sí que se reflexiona en torno a la necesidad de flexibilizar y se perfilan nuevas fórmulas más sanas de pareja, pero siempre manteniendo la centralidad de la pareja en el tablero de la vida. 
¿Qué pasa entonces con las amistades? Pues pasa que siguen siendo relaciones de segundo nivel. Si nos paramos a pensarlo, vemos que “vivimos en un sistema en el que solamente contemplamos dos duelos, por muerte de un ser querido y por separación de la pareja, mientras que el fin de una relación de amistad no existe. No hay canciones de desamor que lloren a las amigas, como tampoco nosotras mismas decimos que estamos pasando por una ruptura amistosa” . 

¿Y acaso no es dolorosa la pérdida de tu vida de una persona que pensabas que estaría para siempre, con la que has compartido intimidad, logros, dolor, etc.? Es más, no solo “la sociedad”, ese ente al que se culpa de todo, ignora estas pérdidas. Me parece muy significativo que la psicología que tanto se concentra en comprender y ayudar a sanar vínculos familiares y de pareja, no haga esfuerzos en el marco psicoterapeútico para sanar y fortalecer vínculos de amistad. Y me refiero más allá de mejorar el manido concepto de “habilidades sociales” de la persona que tiene enfrente. Para no pillarme los dedos, #notallpsychoterapist… 

A lo que me refiero es que sabemos de parejas que van a terapia de pareja en búsqueda de herramientas y recursos que salven su relación o personas que acuden cuando están transitando un duelo por una ruptura o porque una separación de hace años aún le duele y le afecta en su presente. En cambio, muy pocas personas se atreven a iniciar un proceso terapeútico para gestionar la pérdida de una amiga, y seamos claras, tampoco la psicología lo ofrece o facilita. ¡La terapia de amigas no existe!


Perder a una amiga puede producir un daño emocional excepcional y requiere un proceso de reparación. Es necesario conocer los porqués como lo necesitarías cuando rompes con tu pareja. Sin embargo, lo que no permites en una ruptura de pareja, sí lo haces con las amigas: dar o pedir muy pocas explicaciones, cuando no ninguna.  Y te quedas hablando eternamente contigo misma, sin un discurso que contrastar, en un carrusel de hipótesis que nacen y mueren en ti. Quedarnos llenas de dudas eternas sobre lo que ha pasado puede afectarnos profundamente. En el mejor de los casos implica un desapego a lo bestia. En el peor marcar tus futuras relaciones con la inseguridad y la desconfianza.


Me pregunto cuántas amistades se habrían salvado si hubieran ido a terapia de amigas. Qué habría sido de ellas si hubieran tenido a un/a profesional que les ayudara a resolver conflictos, porque no hay un espacio donde más se huya del conflicto que entre amigas. A veces por no quedar de susceptible y por las ideas preconcebidas de lo que es o no una amistad según el imaginario colectivo. Esto nos condiciona al respecto de lo que tenemos derecho a pedir o no a una amiga y que sin dudar exigiríamos a una pareja. Seguramente habría muchos detalles que podrían ser resueltos en una conversación, pero que cuando se acumulan desgastan una relación hasta extinguirla aún siendo evitable. Se nos ha educado para salvar el amor romántico, de eso bien se han encargado películas, literatura, etc. pero no a las amigas.


Creo que lo que cabe reflexionar en cualquier caso es si somos más punitivistas con las amigas que con las parejas. Con las parejas hacemos renuncias, concesiones y negociaciones que con las amigas no.


Quede claro que no hay que salvar todas las relaciones a toda costa. Hay personas que es mejor no recuperar, tanto parejas como amigas. Se que hay separaciones de amigas por grandes decepciones indiscutibles. Sin embargo, creo que debemos cuestionarnos si con aquellas amigas que hemos perdido, hemos tenido menos reparo al castigar y exigir un alto precio a nuestro perdón, incluso si hemos sido más contundentes y crueles para erradicar nuestro vínculo sin mirar atrás que con nuestras exparejas.


En definitiva es este un llamado a ampliar el lema de que “las amigas nos salvan”; y añadirle que a las buenas amistades, las sanas, hay que salvarlas y las que no se pueden hay que hacerles su duelo y superarlas.

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