Lo que escuchamos frecuentemente:
- Excusa número uno: “¿Que vaya al psicólogo (o psicóloga)?¡Pero si no estoy loc@!”.
- Excusa número dos: “Yo es que no creo en la psicología”
(como si la psicología fuera una cuestión de fe).
- Excusa número tres: “L@s psicólog@s están tod@s loc@s”
(qué ataque tan gratuito, por cierto).
- Excusa número cuatro: “Yo con la edad que tengo ya no voy a cambiar” o “la gente no cambia”
(ahí, sin cortarse un pelo, generalizando al mundo entero y sin distinción de edad).
- Excusa número cinco: “Para contar mis penas, se las cuento a mis amig@s y no me cobran”.
Seguro que algunas de estas frases te son familiares, bien porque las hayas dicho tú, bien porque se las hayas escuchado decir a alguna persona cercana. ¿A qué sí? Si bien es cierto que a día de hoy acudir a un psicólogo o una psicóloga no conlleva el mismo “estigma” que hace unos años, en nuestro país un alto porcentaje de las personas que necesitarían ayuda psicológica no llegan a buscarla nunca. ¿Por qué ocurre esto?
Las excusas que hemos enumerado al principio del texto, un poco en clave de humor, son producto de muchas cosas, como por ejemplo los mitos sobre la psicología
que abundan en la cultura popular, la falta de conocimiento sobre lo científico de nuestra disciplina y sobre sus muchas aplicaciones, la falsa creencia de que a determinadas edades el cambio ya no es posible, el concepto equivocado del psicólogo o psicóloga como un mero oyente, un recipiente donde se vierten los pensamientos, y que por tanto, se van a conseguir los mismos beneficios hablando con un amigo. Y rascando un poco en la superficie, un poco más al fondo, en muchos casos subyace la idea de que buscar ayuda psicológica es un síntoma de “debilidad”. Más aún, si algunas expresiones emocionales perfectamente sanas y adaptadas ya son tomadas así, no digamos cuando aparecen determinados síntomas que indican la existencia de un problema psicológico.
¿Qué haces si pasas varios días tosiendo con fiebre? Acudes a tu médic@. ¿Y si tienes que solucionar los papeles de una herencia? Te buscas abogad@. El coche te hace un ruido raro y sale un humo demasiado negro del tubo de escape, ¿qué haces? Pues llevarlo al taller, no te queda otra. ¿Crees que la gente pensaría que eres débil por buscar la ayuda profesional en estos tres casos? ¿Tú lo pensarías de otra persona? Pues ahí lo tienes.
En muchos otros casos, lo que frena a la persona a la hora de solicitar una ayuda psicológica que cree necesitar es la vergüenza, ya sea el mero pudor de contarle a una persona desconocida pensamientos, ideas, deseos muy íntimos y personales, ya sea la auténtica vergüenza de compartir cosas que han hecho, pensado o deseado que consideran inmorales o reprobables en algún sentido y por las que cargan con la pesada losa de la culpabilidad.
Pero, ¿sabes qué? De entre los principios éticos que seguimos las psicólogas se encuentra uno fundamental que es la
aceptación incondicional del paciente
o la paciente. Es decir, en el momento que una persona atraviesa la puerta de la consulta y se sienta frente a nosotras, se la despoja de todas las etiquetas con las que se ha ido cargando o la han ido cargando a lo largo de su vida, de todos los estereotipos y juicios de valor. No es que toda esta carga no se tenga en cuenta y sea analizada a lo largo de la terapia, ya que es, en gran parte, la que ha colocado a esa persona frente a nosotras. Lo que queremos decir es, que a la hora de establecer el necesario vínculo para la terapia, no nos importa:
en terapia no se etiqueta, ni se juzga, ni se alecciona, ni se reprocha. Desde el momento en que te sientas frente a nosotras, lo único que vamos a ver es a una persona que sufre y necesita ayuda, y que ha tenido el valor de solicitarla.
Así que, si estás dudando porque no te sientes bien, no esperes a romperte. Busca ayuda profesional.