Cada vez que escucho a alguien definirse a sí mism@ diciendo: “yo es que soy una persona muy sincera” o “yo es que siempre voy de frente”, no puedo evitar pensar: “oh… oh… alguien va a ser ofendido en breve…”. Obviamente no en todos los casos es así, afortunadamente, pero sí que es bastante frecuente que aquellas personas que blanden la sinceridad como su bandera, terminan por ser otra cosa distinta que, en mi opinión, nada tiene que ver con la verdadera sinceridad, la bien entendida.
Tengo la sensación de que la sinceridad es un carro al que todo el mundo quiere subirse ahora en tropel, sin tener muy claro en realidad lo que supone, o debería suponer, ser sincer@. Y una cosa es clara; inseparablemente unida a la sinceridad debería ir siempre la responsabilidad. Responsabilidad sobre nuestras palabras, porque la frase “yo es que soy muy sincer@” no es una fórmula mágica que nos exime de la misma cuando soltamos según qué cosas por la boca.
Ser una persona sincera y honesta no implica opinar compulsivamente sobre la vida de l@s demás, sus decisiones, sus actos o su aspecto.
Ni siquiera de una valor incuestionable como es la sinceridad se puede abusar: es como las vitaminas, tanto su defecto como su exceso son dañinos. No puede ser utilizada como excusa y lanzada a la cara de l@s demás para poder soltar impunemente lo que nos dé la gana. Esa es una sinceridad pervertida y manipulada.
La gente puede vivir sin tu opinión
Es como si en lugar de un valor positivo e incluso necesario para comunicarse y establecer relaciones personales de confianza, la sinceridad se hubiera convertido en un derecho que todos tenemos que ejercer sí o sí, en todo momento y con independencia de las consecuencias de hacerlo. La sinceridad, así ejercida, se convierte entonces en un comportamiento egoísta: por encima de tus sentimientos y tu bienestar se encuentra mi derecho a opinar sobre tí y tu vida. Nos estamos convirtiendo en tiran@s de la verdad.
No confundas ser sincer@ con ser maleducad@, groser@, e incluso borde y desconsiderad@. No quieras verter una opinión que nadie te ha pedido sobre algo que no es de tu incumbencia. Ojo, que a lo mejor resulta que tu opinión sobre el físico, el comportamiento y la vida de otra persona no es imprescindible, es más, puede que hasta sobre por completo y no aporte nada de nada. ¿Te planteas esa posibilidad?
Relájate, no quieras opinar sobre absolutamente todo, porque ni todo es asunto tuyo, ni sobre todas las cosas tienes algo que aportar, sobre todo cuando se refieren a la esfera personal de otro ser humano. Igual tu amig@ puede vivir sin saber que piensas que sus color de pelo es horroso o su novi@ es un muermo. ¿Acaso su vida o la tuya mejora en algo tras tu acto de sinceridad? ¿Has hecho algo bueno, ni tan si quiera necesario, opinando negativamente sobre su aspecto o su relación? ¿Por qué hacerlo entonces? Ojo, que igual el mundo sigue girando si te reservas esa opinión.
Por favor, en concreto, procura tener especial delicadeza si vas a hablarle a alguien sobre su aspecto físico,
y piensa que en este mundo tan superficial en el que estamos continuamente machacad@s con unos ideales de belleza irreales, insanos e inalcanzables, casi tod@s nos hemos sentido mal con nuestro físico, aunque sea en alguna ocasión (seguro que tú también). Andamos muy tocad@s de autoestima, y aunque es cierto que es responsabilidad de cada persona alimentar y cuidar la suya, así como sanarla cuando está herida, ¿es necesario tambalear aún más la de l@s demás? ¿tan grande esfuerzo es tener tacto y consideración? ¿acaso no lo agradecemos cuando lo recibimos?
Pregúntate esto…
¿Por qué no empiezas a practicar la sinceridad como un valor cualitativo y no cuantitativo?. Olvídate de ser la persona más sincera del mundo y, como decimos en Andalucía, “zamparlo” todo a la primera de cambio; y esfuérzate, en cambio, en serlo cuando sea necesario y de la forma apropiada. Calidad, y no cantidad, como máxima como en tantos otros aspectos de la vida. No se trata de mentir ni mucho menos, pero sí de tener un poco de filtro y no soltar todo lo que se te pasa por la cabeza siempre.
No estoy de acuerdo en que el problema sea que la sinceridad está sobrevalorada como dicen algunas personas, lo que sí creo es que está mal entendida o mal aplicada. Ser sincer@ de verdad y con buena intención no es fácil.
No olvides que tú opinión es sólo eso, una opinión, que refleja tu experiencia, tus valores o tus creencias. Pero en ningún caso es una verdad absoluta que deba ser revelada al mundo, por lo que si en alguna ocasión te la guardas, no va a pasar nada.
Antes de darle a alguien una opinión sobre su persona, su vida o cualquier otro asunto suyo, hazte las siguientes preguntas:
- ¿Para qué voy a decir esto? Es decir, cuál es mi propósito diciéndolo.
- ¿Qué efecto creo que voy a causar en la persona que lo recibe?
- ¿Mi comentario es necesario?
- ¿Hace algún bien lo que voy a decir?
Si al responder a estas preguntas encuentras que lo que a va ocurrir es lo siguiente: que una persona va resultar herida u ofendida, que tu verdadera intención no es ayudar, que no vas a aportarle nada constructivo, tan solo un momento incómodo y puede que un rasguño a su autoestima; entonces haz un pequeño ejercicio de contención, haz un favor a tod@s y cállate.