Hace aproximadamente un mes Greta Thunberg, la activista medioambiental sueca, lanzaba su discurso en la ONU a dirigentes y líderes políticos enfrentándoles y reclamándoles responsabilidades y compromisos de cambio. El día anterior en las principales ciudades del mundo manifestaciones masivas de ciudadanas y ciudadanos pedían lo mismo. En las mismas fechas el Amazonas ardía en múltiples puntos de la selva, peligrando uno de los “pulmones del planeta”.
Esto ha estado en nuestros telediarios y redes sociales de manera presente en el último mes. Nos han recordado el cambio climático, el calentamiento global, la basura de plástico en océanos y mares, la contaminación, la huella ecológica que provoca lo que comemos, vestimos o si viajamos. También hemos visto y oído a algunos políticos -presidentes de países inclusive para más desazón- ignorar las evidencias científicas haciendo sentir inútiles los esfuerzos de miles de personas en todo el mundo. Y ¿cómo nos afecta todo esto?
Según el estudio Salud mental y nuestro clima cambiante: impactos, implicaciones y orientación, publicado en la International Journal of Mental Health Systems por la Asociación Psicológica Americana y Ecoamérica, “El cambio climático puede considerarse una fuente adicional de estrés para nuestras preocupaciones cotidianas”. Pero como ante cualquier situación las personas respondemos de manera distinta.
Hay personas a las cuales toda esta información que habla de que los siguientes 10 años van a definir nuestra continuidad como especie y la vida en nuestra planeta, no les afecta profundamente. Son conscientes del reto que se nos presenta, de la gravedad de la situación actual y la necesidad de tomar medidas pero no perciben un riesgo inminente. Con lo cual, siguen adelante en su día a día sin problemas emocionales u otras dificultades asociadas al tema.
Sin embargo, hay otras muchas personas que sufren lo que se ha recogido recientemente en el concepto
Ecoansiedad o Ansiedad climática.
Este problema psicológico no está contemplado en ninguno de los principales manuales psicológicos y psiquiátricos –CIE11 o DSMV-, sin embargo numerosos estudios recientes evidencian su existencia.
La ecoansiedad la define la Asociación Psicológica de Estados Unidos como
“un miedo crónico a la destrucción medioambiental”.
Este miedo es la expresión de empatizar con el sufrimiento del planeta. Las personas con ecoansiedad se preocupan de manera obsesiva y sufren al darse cuenta de que aún sin querer o sin poder evitarlo están contribuyendo a dañar el medio ambiente.
Hay que distinguir inevitablemente, el hecho de que el reconocer la realidad objetiva de la situación medioambiental y preocuparse por ello, no tiene porque reflejar ningún problema psicológico. Simplemente es una respuesta adaptada y adecuada a la situación y corresponde con una actitud responsable. Yo, con mis hábitos y mi estilo de vida, tengo una responsabilidad con el planeta. Pero si se elevan los niveles de ansiedad al percibir la falta de control sobre las consecuencias ambientales derivadas de decisiones políticas y empresariales, se siente una profunda tristeza y hay una obsesión por el tema ambiental generando un malestar significativo, sí hablaríamos de ecoansiedad.
La diferencia entre este tipo de ansiedad y otros trastornos ansiosos es que no existe una base irracional o inespecífica que provoque el miedo o temor, sino que en este caso tiene una explicación racional con un amplio argumentario científico que lo avala, difunde y respalda.
Esto provoca una situación de total indefensión en la persona. Y es por ese carácter racional por el que la Climate Psychology Alliance (algo así como la Alianza de Psicología Climática) entiende que se debe entender la ecoansiedad como un problema a considerar pero no se puede calificar de enfermedad mental.
No existen datos aún sobre su prevalencia pero varios estudios si identifican determinados perfiles que son más vulnerables de sufrirlos.
Perfiles vulnerables de presentar ecoansiedad.
- Niñas, niños y jóvenes: Es cierto que Greta tiene un fuerte poder de convicción y que su movimiento activista está orientado hacia las y los jóvenes. Pero realmente el motivo por el cual personas jóvenes e incluso niños y niñas acuden a las consultas de psiquiatras y psicoterapeutas con síntomas asociados a la ecoansiedad es porque la información que han recibido es absolutamente catastrofista, sin visos de esperanza y con un discurso que les indica que ellas y ellos serán a quienes les afecte el apocalipsis.
- Madres recientes:
Hablamos de mujeres que han sido madres recientemente que tienen sentimientos de culpa asociados a haber traído al mundo un nuevo ser. Por un lado, sienten que están afectando al planeta con otro ser humano que perjudicará medioambientalmente y por otro, sienten que no pueden proteger a su hija/o ni darle una esperanza de bienestar y vida en un planeta finito.
- Personas con antecedentes depresivos y/o ansiosos:
Es una población que sufrió problemas psicológicos por tener creencias irracionales, distorsiones cognitivas al interpretar la realidad. En definitiva, su miedo era irracional. Ahora, el miedo que experimenta tiene una base racional. Los recursos y las herramientas que posee para desmontar los miedos, si anteriormente lo ha trabajado en terapia, ahora no le sirven. Su miedo actual tiene una base científica y sólidos argumentos que lo avalan y todas las estrategias que conoce le resultan inútiles para desmontarlo.
- Científicas y científicos:
El conocimiento en profundidad de la magnitud del problema y de las dificultades para superarlo también les hace más vulnerables que a otros colectivos. Serán así profesionales de sectores relacionados con el medio ambiente (ambientólogos/as, forestales, biólogas/os, etc.) a quienes afecta mayormente.
Cómo enfrentarnos al temor a un cataclismo ambiental.
En el caso de jóvenes, niñas y niños hay que cuidar la información
que se les da sobre la temática ambiental. Deben estar informadas/os pero desde los hechos que ya se conocen y se producen en el presente, no de futuribles. Preguntarles cómo se sienten con esa información y reconocer que aunque nos encontramos con un futuro incierto, desde un enfoque positivo, hay que centrarse en el presente y podemos hacer muchas cosas para mejorar la situación, invitándoles a reflexionar, informarse y ser más activistas en el cuidado del planeta.
En general, el mejor antídoto para cualquier persona preocupada excesivamente por la situación y el futuro del medio ambiente, es pasar a la acción.
Hay colectivos que piden a la población mundial que renuncie al coche y al avión e incluso que no procrean para contrarrestar la superpoblación.
Por supuesto, el nivel de compromiso y activismo es personal. Todas las personas podemos tomar medidas accesibles: una alimentación cuya producción sea lo menos contaminante posible, huir del consumismo innecesario de ropas, enseres, tecnología…, utilizar alternativas biodegradables al plástico, cambiarnos a una compañia eléctrica ecológica, votar a partidos que prioricen políticas ecologistas, etc. En definitiva, sensibilizarse, informarse, tomar decisiones y llevar a cabo cambios en nuestros hábitos y estilos de vida
reducirá el nivel de ansiedad al difuminar esa percepción de indefensión absoluta por pensar que “yo no puedo hacer nada”.
Crear y participar en asociaciones, cooperativas, ONG ecologistas, también es una herramienta para reducir el estrés en esta temática. Compartir con otras personas con unas inquietudes e intereses similares nos hará sentirnos más acompañadas y nos darán soporte en nuestros temores.
Centrarnos en el presente con lo que hacemos, siendo consciente de mis acciones y sus consecuencias. En fin, la solución quizás está en el lema medioambiental que nos acompaña desde los años 70:
«Piensa en global, actúa en local»