No me llames puta
Cristina Fernández Luque • 1 de febrero de 2021
Una reflexión sobre la demanda patriarcal de sumisión. Si no eres sumisa, entonces serás puta.
Que levanten la mano las mujeres que están leyendo este texto a las que nunca, en toda su vida, las han llamado putas…
No tan rápido, chicas.
Piénsalo bien. No me estoy refiriendo exclusivamente a que alguien te haya gritado directamente a la cara, siendo tú perfectamente consciente de ello, que eres una puta. Es probable que de esta forma tan evidente sólo os haya ocurrido a un puñado de todas vosotras. Porque esa es sólo una de las muchas formas; a la cara y utilizando la palabra en cuestión. Pero existen muchas otras, más o menos sutiles, pero igualmente inaceptables e hirientes: te han llamado puta cuando han dicho que ibas vestida “buscando guerra”; te han llamado puta cuando te has acostado con quién te ha dado la gana; te han llamado puta desde el humor, en montones de chistes de los de toda la vida y -¡qué suerte!-, también en el nuevo humor en forma de memes y otras maravillas modernas. Sí, te ha llamado puta algún chico con el que has estado una vez que has decidido que no querías estar más con él y sí con otra persona; y, tristemente, te han llamado puta otras mujeres cuando tu sexualidad, tus gustos, y algunos de tus comportamientos no les han parecido apropiados (cuando ni siquiera son conscientes de que se les ha inculcado lo que es y no es apropiado que haga una mujer). Y así hasta el infinito.
Y no siempre ha sido puta, otras veces habrá sido zorra, guarra, putón, ligerita de cascos…y un sinfín de sinónimos. Ya ves, el castellano y su riqueza.
Imagina que lanzas al aire una pluma…¿hace algún ruido al caer? ¿el suelo retumba cuando lo toca?.
El problema de la sutileza es justamente ese: permite que se cuelen en la mente ideas y creencias con tal suavidad que no retumban, no remueven, y lo que no sacude, por lo general, no es cuestionado, en muchas ocasiones ni siquiera percibido.
Pero esa semilla que se ha colado termina echando raíces y pasa de ser un tierno brote a convertirse en un fuerte roble, una suerte de esquema mental rígido e inalterable que determina la forma en la que veo el mundo, y la forma en la que juzgo lo que está bien o mal, lo que es inaceptable o aceptable, apropiado o inapropiado. Y en mi ilusión de libertad me creo que esa idea es totalmente mía.
La siembra es incesante desde que somos pequeñas y pequeños:
“las mujeres tienen que darse a valer”
(esta es de mis favoritas),
“la mujer del César no sólo tiene que ser honrada sino parecerlo”, “las chicas que visten de determinada forma es porque son de determinada forma”…bla, bla, bla… puta, puta y reputa. Y de este
cóctel molotov, cada persona va haciendo su propio discurso, que afortunadamente en algunos casos rompe por completo con esas ideas, pero que en muchos otros no, ya que se ven continuamente reforzadas en la sociedad. Al final,
cualquier mujer que se comporte de forma más o menos libre en cuanto a su sexualidad, vestimenta, lenguaje, etc, será reprobada. “Ojito con sacar los pies del plato y ocupar un lugar que no es el que tienes asignado en la sociedad, mujer.”
Ya seas hombre o mujer, cuestiona todas estas ideas, y haz que los demás se las cuestionen. Si tienes hijos e hijas, no permitas que estas ideas aniden en sus cabezas. No permitas que se llame putas a las mujeres en tu presencia. No le rías la gracia al que cuenta chistes de este tipo, porque en el fondo, nunca es una broma.
Si eres mujer, siéntete libre de vivir tu sexualidad como quieras, de vestir como quieras, de hablar como quieras, de sentir como quieras. Y por supuesto, por encima de todo, no llames putas a otras mujeres.
No me llames puta, compañera.
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